Parroquia

San Miguel Arcángel

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Diácono Permanente

En septiembre de 2017 arriba a Rosario junto a su familia, procedente de Venezuela, el Diácono Permanente Darío Alvarez, quien comienza sus funciones en nuestra Parroquia en el año 2018.

Le pedimos a Darío que nos cuente un poco sobre él

«Mi nombre es Darío Alvarez, soy venezolano, Administrador de Empresas, tengo 57 años de edad, casado con Mary López (desde 1990), mis hijos Dario Abraham y Salvador Miguel; somos de Los Teques, Capital del Estado Miranda en Venezuela y llegamos a Rosario en el 2017.

Desde niño sentí interés por las cosas de Dios, comencé perteneciendo a la Legión de María (para jóvenes), y más adelante me integré al grupo de la Renovación Carismática que llevaba conjuntamente con el servicio de monaguillo, y como después que eres parte de la Iglesia y se necesita más colaboradores para la misma, fui Lector y catequista. Activo en mi misión pastoral, en 1982, cuando tenía 20 años, conocí al que sería mi confesor y director espiritual Monseñor Eduardo Boza Masvidal, quien más adelante, en 1996 me habla y da a conocer lo que es el diaconado permanente. En el 2007 se reactiva la escuela para el diaconado permanente en la diócesis a la que pertenezco por lo que inicio estudios en el Instituto Teológico Pastoral San Agustín de Hipona, una vez culminado y encaminado como candidato a diácono comienza la formación en Liturgia, Espiritualidad, Derecho Canónico, Homeletica, etc. Después de culminar la formación y ser considerado apto para el diaconado el 01 de febrero de 2014 fui ordenado diácono permanente junto con siete hermanos más, por Monseñor Freddy Jesús Fuenmayor Suarez Obispo de la diócesis de Los Teques y fui asignado a la Santa Madre Iglesia Catedral Nuestra Señora de la Asunción y San Felipe Neri.

Hoy gracias a la acogida de nuestro Arzobispo Monseñor Eduardo Eliseo Martín y del Padre Guillermo Bossi, estoy asignado en la Parroquia San Miguel Arcángel.»

Acerca del Diaconado

Diácono (del griego diakonos, “servidor”)

El servicio de los diáconos en la Iglesia está documentado desde los tiempos apostólicos. Una tradición consolidada, atestiguada ya por S. Ireneo y que confluye en la liturgia de la ordenación, ha visto el inicio del diaconado en el hecho de la institución de los «siete», “elegidos para atender a las necesidades materiales de la comunidad de Jerusalén” de la que hablan los Hechos de los Apóstoles (6, 1-6). En el grado inicial de la sagrada jerarquía están, por tanto, los diáconos, cuyo ministerio ha sido siempre tenido en gran honor en la Iglesia. (San Pablo los saluda junto a los obispos en el exordio de la Carta a los Filipenses (cf. Fil 1, 1) y en la Primera Carta a Timoteo examina las cualidades y las virtudes con las que deben estar adornados para cumplir dignamente su ministerio (cf. 1 Tim 3, 8-13).

El diaconado permanente

El Concilio Vaticano II, aprobó la restauración del diaconado permanente para hombres mayores casados (LG 29), resolución que entró en práctica a partir de 1967. Además de funciones administrativas y pastorales, los diáconos de la iglesia latina, con la debida autorización, podrán, como ministro ordinario, bautizar (CIC 861 1), predicar solemnemente, distribuir la eucaristía y oficiar en matrimonios (CIC 1108 1) y funerales.

El diácono en la Misa

En la celebración de la Santa Misa en calidad de «ministro de la sangre», proclama la Palabra de Dios, conserva y distribuye la Eucaristía; «es guía, en cuanto animador de la comunidad o de diversos sectores de la vida eclesial». De este modo, el diácono asiste y sirve a los obispos y a los presbíteros, quienes presiden los actos litúrgicos, vigilan la doctrina y guían al Pueblo de Dios. El ministerio de los diáconos, en el servicio a la comunidad de los fieles, debe «colaborar en la construcción de la unidad de los cristianos sin prejuicios y sin iniciativas inoportunas», cultivando aquellas «cualidades humanas que hacen a una persona aceptable a los demás y creíble, vigilante sobre su propio lenguaje y sobre sus propias capacidades de diálogo, para adquirir una actitud auténticamente ecuménica».

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