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San Miguel Arcángel

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El convicto liberado

Una historia que nos enseña a reconocernos pecadores

Cada año, con motivo de las fiestas de aniversario de su coronación, el rey de un pequeño condado liberaba a un prisionero. Cuando cumplió 25 años como monarca, el mismo quiso ir a la prisión acompañado de su Primer Ministro y toda la corte para decidir cuál prisionero iba a liberar.
– «Majestad», dijo el primero, «yo soy inocente pues un enemigo me acusó falsamente y por eso estoy en la cárcel».
– «A mí», añadió otro, «me confundieron con un asesino pero yo jamás he matado a nadie».
– «El juez me condenó injustamente», dijo un tercero.
Y así, todos y cada uno manifestaba al rey porque razones merecían precisamente la gracia de ser liberados.
Había un hombre en un rincón que no se acercaba y que por el contrario permanecía callado y algo distraído. Entonces, el rey le preguntó: «Tu, ¿porque estás aquí?
– El hombre contestó: «Porque maté a un hombre majestad, yo soy un asesino».
– «¿Y por qué lo mataste?», inquirió el monarca.
– «Porque estaba muy violento en esos momentos», contestó el recluso.
– «¿Y por qué te violentaste?», continuó el rey.
– «Porque no tengo dominio sobre mi enojo»
Pasó un momento de silencio mientras el rey decidía a quien liberaría. Entonces tomó el cetro y dijo al asesino que acaba de interrogar: «Tú sales de la cárcel».
– «Pero majestad», replicó el Primer Ministro, «¿acaso no parecen más justos cualquiera de los otros?»
– «Precisamente por eso», respondió el rey, «saco a este malvado de la cárcel para que no eche a perder a todos los demás que parecen tan buenos.»

REFLEXIÓN

El único pecado que no puede ser perdonado es el que no reconocemos. Es necesario confesar que somos pecadores y no tan buenos como muchas veces tratamos de aparentar.
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